Cara Este del Vallecitos

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Texto de Isabel Suppé / Fotos de Maximo Kausch

(Reportagem publicada originalmente na revista argentina Weekend de janeiro de 2010)

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Un sector de la cordillera mendocina, famoso por su centro invernal, sirvió de plataforma para una escalada castigada por el clima. Leyó Weekend de septiembre? ¿Siguió la odisea de la cordada del Illampu por las alturas de los Andes bolivianos? Entonces se estará preguntando qué habrá sido de los tres escaladores que dejamos camino al pueblo de Sorata donde los esperaban los tan anhelados Lomos Montados.

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¿A qué se debe tanto silencio? Seguro que a la inactividad no. Nuestros escaladores se despidieron en La Paz, pero no sin fijar un punto de reencuentro: Mendoza, Argentina. Desgraciadamente, al desembarcar en Buenos Aires, Pedro se extravió y terminó en un congreso de paleontología con lo cual la cordada se redujo a una dupla: Isabel y Máximo, la argentina adoptiva y el cordobés “trucho”.

Para los que recién conocen a los dos escaladores: se trata de una ex-alemana que después de casi nueve años en Argentina se siente en su legítimo derecho de auto-declararse argentina adoptiva y de un cordobés de nacimiento a quien exportaron a tan tierna edad primero a Brasil y luego a Inglaterra que tuvo que recurrir al video de You-tube “Clases de cordobés” para adquirir algunos rudimentarios conocimientos en materias de la Mona.

Después de pasar horas sorteando tornillos de hielo, clavos de roca, emportadores, cordines y cintas, de acarrear bencina blanca además de emprender un auténtico asalto al supermercado, todo estaba listo para la expedición al Cordón del Plata. Desgraciadamente Murphy –el autor de la ley– también estaba listo. Con una irónica sonrisa estaba cómodamente instalado en Vallecitos donde esperaba a los dos escaladores con la mayor nevada del año. A primera vista, la victoria de Murphy parecía garantizada. Con visibilidad casi cero los andinistas tuvieron que nadar a través de la cada vez más espesa blancura para lograr arrastrar el pesado petate de comida a la acogedora tibieza del Refugio Mausy (2.900m). Sin embargo Isabel y Máximo estaban lejos de darse por vencidos. Al día siguiente con nieve por encima de sus rodillas emprendieron los porteos primero al campamento Piedra Grande (3.600m) donde se quedaron una noche para aclimatar y luego El Salto (4.200m). Enfurecido por tanta obstinación, Murphy les declaró la guerra. En el segundo viaje del refugio a El Salto los escaladores tuvieron que reabrir la huella tapada por una nevada y luchar contra violentas ráfagas de viento. Si bien resistieron heroicamente y lograron instalar su carpita amarrilla detrás de una pared de piedras, no les garantizó poder escalar. De hecho, el primer intento a la “supercanaleta” del Rincón, una vía técnica larga pero no demasiado difícil tuvo un final muy poco glorioso debido una intoxicación alimenticia. Sin embargo, insistieron.

Cuando estuvieron curados pusieron el despertador a las 3 de la mañana y lograron superar el primer calvario del día: salir de la bolsa de dormir (aunque Isabel insistiría en que el verdadero calvario era superar el desayuno de fideos).

Variante de la súper canaleta Los primeros rayos de luz del amanecer los encontraron anclados alto en la pared hidratando con una taza de té y observando el horizonte. El color amarrillo del cielo anunciaba viento… Pero nuestra cordada avanzaba con la fuerza de los fideos. La canaleta se estrechó en el famoso “cuello de botella” y después de sólo 3 horas y media la cumbre parecía estar a nada más que 50 metros. Y lo estaba… pero Máximo e Isabel habían optado escalar el tramo final por una variante de la súper canaleta en vez de su final clásico y tardaron más de una hora en superar un largo muy expuesto de hielo podrido y roca, y nieve sumamente inestable antes de poder alcanzar la cumbre del cerro Rincón.

Emprendieron el descenso azotados por las ráfagas cada vez más fuertes que siguieron durante todo el día de descanso y continuaron durante la noche. En vez de emprender el anhelado intento a la raramente escalada pared Este del Vallecitos, Isabel y Máximo no tuvieron otra opción que apagar el despertador, darse vuelta y seguir durmiendo. La voluminosa bolsa de comida se había reducido a 4 paquetes de liofilizados, una sopa y jugos en polvo. El combustible también se estaba acabando. El día siguiente era la última chance.

A las 3 de la mañana la noche parecía bastante más tranquila y los escaladores pudieron disfrutar la feijoada (muy rica aunque difícilmente conciliable con el concepto de desayuno) donada por Liofoods, y sin los sacudones del viento. La noche estaba helada.

A través de unas morenas nevadas avanzaron hacia la base de la pared. De vez en cuando un soplo glacial les hacía recordar que Murphy siempre andaba cerca. No existía información alguna sobre la vía que habían elegido. De hecho sólo semanas después se iban a enterar que ese lugar de la pared intento a la raramente escalada pared Este del Vallecitos, Isabel y Máximo no tuvieron otra opción que apagar el despertador, darse vuelta y seguir durmiendo. La voluminosa bolsa de comida se había reducido a 4 paquetes de liofilizados, una sopa y jugos en polvo. El combustible también se estaba acabando. El día siguiente era la última chance.

A las 3 de la mañana la noche parecía bastante más tranquila y los escaladores pudieron disfrutar la feijoada (muy rica aunque difícilmente conciliable con el concepto de desayuno) donada por Liofoods, y sin los sacudones del viento. La noche estaba helada.

A través de unas morenas nevadas avanzaron hacia la base de la pared. De vez en cuando un soplo glacial les hacía recordar que Murphy siempre andaba cerca. No existía información alguna sobre la vía que habían elegido. De hecho sólo semanas después se iban a enterar que ese lugar de la pared no había sido pisado nunca. Empezó con un amplio canal de nieve dura que subía hacia el gran espolón colorado. Como continuaba, no se podía ver desde abajo. Sin embargo, los escaladores avanzaban con confianza, por lo menos hasta que empezaron a divisar el espolón de cerca mientras el manto de nieve se volvía cada vez más inestable. Alcanzar el espolón implicó confirmar la sospecha: había dos formas de seguir, una se elevaba en una pared vertical de roca podrida. La otra, en una travesía saltando de un hongo de nieve a otro con buenas posibilidades de aterrizar 500 m más abajo. Isabel y Máximo se miraron. Sabían que posiblemente su escalada de la pared terminaba en ese lugar.

¿Y el otro canal? Isabel se acordó que habían pasado una canaleta bastante empinada que se unía 100 m más arriba con el espolón. Tal vez en ese lugar había forma de pasar al otro lado del filo o continuar por el mismo. Decidieron intentar suerte. Si no encontraban un paso habría que destrepar por la pared y volver a Mendoza.

A la derecha Bajaron en silencio hasta el comienzo de la canaleta. Nuevamente en el espolón se encontraron con el panorama poco prometedor de una pared de roca. A la izquierda, un planchón de verglas potencialmente inestabable y de gran inclinación. A la derecha, roca de muy mala calidad pero era la única opción. Decidieron seguir sin encordarse ya que en estas circunstancias si uno de los dos se caía iba arrastrar al otro. Con mucho cuidado lograron pasar la travesía de roca y a través de un canal muy empinado de nieve cada vez más blanda alcanzaron nuevamente el espolón. Empotrando las hojas de las piquetas en las fisuras de una nueva barrera rocosa pasaron al último tramo de la pared sur. Faltaban tan solo 150 m hasta el filo cumbrero. Pero el manto de nieve no ayudaba. Muy profundo y cada vez más inestable con una inclinación entre 65 y hacia el final hasta 80 grados transformaba cada paso en cansador y peligroso ejercicio de equilibrio a 800 m del piso.

En la ruta normal Por último alcanzaron la levemente desplomada cornisa que los separaba de la tierra firme del filo rocoso por donde transcurren los últimos metros de la ruta normal del Vallecitos. Clavaron las piquetas, un grampón, el otro… y había llegado el momento de abrazarse simplemente por estar sanos y salvos antes de caminar los últimos metros hasta la cumbre. Ahí se demoraron poco. El viento helado no demostró mucha hospitalidad. Había llegado el momento de bajar, de comer la última sopa en polvo, de desarmar la carpa, despedirse de las ratas y de volver a la civilización para planear la próxima aventura.

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