A través del viento blanco

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Texto de Isabel Suppé / Fotos de Maximo Kausch

(Reportagem publicada originalmente na revista argentina Weekend de abril de 2010)

APRIL 2010 - Tolosa

Ascenso al Tolosa, de 5.350 m, en plena cordillera mendocina. Un cerro no tan complejo por su altura, sino por su gran dificultad técnica. Cómo es la ruta, y cuál la diferencia entre las tres cumbres que presenta.

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Habíamos perdido de vista a los dos escaladores que conocimos en Bolivia cuando bajaron de la pared Este del Vallecitos. Fuentes confiables aseguraron haberlos visto en la ciudad de Mendoza, donde se habrían abalanzado sobre la parrilla del famoso tenedor libre “Las Tinajas”, para luego emprender una expedición a la pared sur del Plata. Desgraciadamente, el zonda convirtió su carpita amarilla en una alfombra voladora y puso un lastimoso final al proyecto. Volvimos a encontrarlos en un taller de reparación de carpas hablando de un tal “hombre cojo”. Después de escuchar un rato entendimos que el deplorable señor en cuestión era el famoso “glaciar del hombre cojo”, que puede verse desde el Cristo Redentor, entre las paredes rocosas del Tolosa. Dos años antes Isabel ya había intentado escalar el glaciar colgante de la Pata Larga y había tenido que rapelar la pared en medio de una tormenta. Este nuevo intento tampoco empezó de manera muy prometedora . De la base se tuvieron que volver a Mendoza mientras entraba un frente de tormenta que iba a durar varios días.

Nuevo intento Pasada la tormenta los escaladores Isabel y Maxi abordaron nuevamente el Expreso Uspallata y tras desembarcar en Las Cuevas emprendieron el ascenso a la base de la pared. Después de dos horas de marcha se instalaron en la base del Tolosa, a 3.800 m, y ordenaron el equipo para arrancar rápido a la madrugada. A la luz del atardecer el glaciar colgante inspiraba respeto. Desde la última visita se había desprendido una torre de 30 m de hielo que pesaba varios cientos de toneladas y había rodado 500 m abajo.

El día siguiente se anunció ventoso y helado. Todavía de noche desarmaron la carpa y empezaron el ascenso por una rampa de nieve dura hacia el enorme colgante de hielo. Gracias a las bajas temperaturas caían pocas piedras, que al estar descongeladas suelen precipitarse como una verdadera lluvia. Avanzaron con confianza y con mucho frío. Al amanecer habían alcanzado una banda rocosa donde se encordaron. Progresando en simultáneo, la escalada en roca resultó algo penosa por el peso de la mochilas (20 y 30 kg). Debido al largo de la ruta (1.600 m de desnivel desde la base de la pared hasta la cumbre) y la peligrosidad de un descenso por el mismo camino habían decidido escalar con todo el equipo a cuestas y pernoctar en el cerro, para luego bajar por el otro lado hacia la Quebrada de Matienzo.

Bien avanzada la mañana se encontraban en medio del glaciar. La intensidad del viento blanco los obligó a parar sólo una vez para tomar agua. Tenían que moverse lo más rápido posible para no congelarse. A todo eso habían tenido que emparchar los guantes de Maxi con cinta americana.

El tiempo empeoraba… En vez de seguir por el medio de la Pata Larga, optaron por escalar por un estrecho canal de nieve y hielo que se había formado entre una muralla congelada y la pared en el extremo rocoso del glaciar. Ahí esperaban estar más protegidos del viento. Al principio, parecía funcionar. Sin embargo, al aumentar la pendiente la nieve se volvía muy inestable y las ráfagas hacían caer verdaderas cascadas de nieve polvo, tan fina que terminaba empapando a los escaladores. El frío iba en aumento. La inclinación de hasta 80o, el hielo cristal y la nieve blanda también les impedía seguir avanzando en ensamble: proteger largos implicaba que sólo uno de los dos podía escalar mientras el otro lo aseguraba desde una reunión. Preocupados por los peligros de congelamiento e hipotermia, pensaron en armar un campamento ni bien encontraran una plataforma lo suficientemente grande. Maxi estaba equipando el cuarto largo cuando vio una apertura hacia su izquierda. Era una grieta cuyo fondo se perdía en la oscuridad. Al borde había una pequeña plataforma.

Cavando un poco tal vez se pueda agrandar lo suficiente para armar la parte interna de la carpa”, pensó. Poco después la carpita amarilla estaba suspendida a orillas del abismo y las mochilas colgaban de una estaca de nieve. Ambos escaladores estaban empapados y debían mantenerse acurrucados ya que la plataforma era demasiado chica para de estirarse. Un tercio de la carpa colgaba en el vacío. Las instalaciones sanitarias lógicamente estaban en armonía con todo lo demás: un requisito imprescindible para poder hacer uso de ellas consistía en salir de la carpa encordado y colgarse en la grieta mientras el compañero aseguraba la cuerda desde la carpa.

El día siguiente Los escaladores amanecieron cansados por el frío. Desarmaron con suma precaución y reanudaron la escalada. Dos largos más arriba alcanzaron una suave pendiente de nieve dura. Se sentían en tierra firme. Como el viento blanco no daba tregua decidieron pasar otra noche en un lugar plano con agua a 5.000 m, conocido como “el vivac”, donde hasta podían ir al baño sin temer por su integridad física.

Y llegó la recompensa: el tercer día amaneció soleado y sin viento. Después de una pendiente nevada la cordada trepó por un filo rocoso hasta alcanzar una loma con una pirca. Dejaron las mochilas y siguieron por el filo cumbrero hacia el punto de mayor elevación. ¡Qué desilusión!

Desde una prominencia rocosa que después supieron que era la “cumbre central” se veía el punto más alto del Tolosa. Pero para alcanzar la “cumbre de oro” se precisaba un día entero, ya que está separada del filo y había que transitar por una pared de roca técnicamente difícil. Sin comida y sin combustible para un día más, emprendieron la vuelta.

Todas las descripciones del Tolosa coincidían en que “el vivac” está a dos horas de la cumbre, pero escalar la “cumbre de oro” en ese tiempo era humanamente imposible. ¿Y si este lugar no era el que se consideraba cumbre del Tolosa, cuál sería? Decidieron buscar debajo de las piedras de la pirca donde reposaban las mochilas. Cuando estaban a punto de abandonar la búsqueda Isabel vio algo verde asomándose debajo de una última piedra. Era una bolsa que contenía unos caramelos además del libro de cumbre. El último registro databa del 2001. Como no tenían un lápiz se marcharon sin dejar registro, pero con la certeza de que habían alcanzado la cumbre.

El descenso comenzó por un largo acarreo que terminó en una pared de roca donde Maxi descubrió una garganta de roca podrida mucho menos vertical, aunque bastante expuesta. Habiendo superado ese obstáculo, se encontraron frente a otro acarreo. Bajaron unos 400 m y hallaron otra pared vertical que parecía no tener salida. Estaban pensando en armar un vivac para remontar otra vez hasta la cumbre al día siguiente, cuando apareció otra garganta rocosa. Empotrando las hojas de las piquetas y apoyando las uñas de los grampones en delgados bordes rocosos descendieron con suma cautela hasta llegar a una pendiente de nieve. De todos modos, la odisea no había terminado ya que cualquier resbalón era un pasaje directo a la Quebrada de Matienzo. Al pie se armó el último campamento donde devoraron los últimos viveres antes de bajar al día siguiente a la Quebrada de Matienzo que los condujo a la ruta 7, a Las Cuevas y al muy anhelado sandwich de milanesa. Camino a Mendoza ya estaban haciendo nuevos planes. ¿A dónde? Ya se enterarán en una próxima edición.

Avalanchas de nieve y de hielo

Las avalanchas constituyen uno de los mayores peligros asociados con la montaña. Existen diferentes tipos de avalanchas, y se clasifican en avalanchas de nieve polvo y avalanchas de placa con numerosas subcategorías. Se pueden predecir según varios factores que abarcan desde las cargas paralelas a la pendiente, las características del manto (profundidad, temperatura, humedad, forma de los cristales, etc.) hasta los factores meteorológicos (radiación, dirección e intensidad de viento, precipitaciones, etc.).

Sin embargo, existe otro tipo de avalancha que es muy difícil de predecir: las de hielo. Pueden ser resultado de la caída de hielo o seracs desde un lugar alto sobre una pendiente pronunciada. En este caso los residuos glaciarios consisten en trozos de hielo que ruedan o saltan a lo largo de la superficie, además de la nube de polvo que los envuelve. Un segundo tipo de avalancha glaciaria es resultado de la fractura de un gran trozo de hielo dando lugar a una avalancha masiva de hielo parecido a un corrimiento de tierras.

Un ejemplo de ese tipo de alúd son las que bajaron del Huascarán, en Perú, en 1962 y 1970, causando alrededor de 25.000 muertes.

Contrario a las avalanchas de nieve, la predicción de las glaciarias es prácticamente imposible ya que la falla de tensión del hielo es causada por la combinación del movimiento interno del glaciar además de su deslizamiento sobre su lecho, sin contar los factores externos. Por la mayor densidad y peso del hielo (aproximadamente, 930kg/m3), las avalanchas glaciarias caen con mayor velocidad y tienen un recorrido mucho más largo que las de nieve. Las chances de sobrevida de una víctima atrapada por una avalancha glaciaria son prácticamente nulas.

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